Reseña por Débora Rodríguez –
Junio de 2014
En la publicación
número 140 de la revista del IDES
(Instituto de Desarrollo Económico y Social) de marzo de 1996, se publica por
primera vez la versión traducida de este artículo, cuyo objetivo y eje central
será el análisis de los desempeños de los Estados, y los reajustes estructurales
económicos (fundamentalmente en países del Tercer Mundo), llevados a cabo a
partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial.
Siguiendo la línea
histórica plasmada por Evans, a partir de la década del ’50, se habían dado la
condiciones históricas en el plano político para que algunos países con
economías de posguerra pudieran llegar industrializarse (situación que se
intensificaría en la década del ’70, con la implementación de las políticas
neoliberales): “Las élites agrarias
tradicionales habían sido diezmadas, los grupos industriales estaban
desorganizados y descapitalizados, y los recursos externos se canalizaban a
través del aparato estatal. El resultado de la guerra (irónicamente) incrementó
cualitativamente la autonomía de los Estados frente a las elites privadas
internas.” [Evans 1996: 537]
Sin embargo, la
realidad demostró con el tiempo, que llevar a cabo aquéllos reajustes
estructurales fue, para algunos países, más complejo de lo que era en
apariencia. Es por ello que los caminos emprendidos por las naciones fueron muy distintos entre sí, y la mayoría
de los casos confirmó la premisa de que lograr un reajuste económico eficaz y
duradero, era una cuestión que requería más que una reconstrucción a corto
plazo.
De esta manera, se
esparció un sentimiento de incertidumbre en cuanto al papel a desempeñar por
los Estado nacionales. Comenzó a pensarse que era su existencia misma la causante de todos los impedimentos hacia una
mejora estructural próspera.
Es en este sentido
en el cual Evans plantea un análisis crítico central, en relación al enfoque
“neoutilitarista” que comenzó a expandirse por la década del ‘70.
En este punto es
relevante aclarar que la resurrección de esta corriente ideológica se define como un retorno a
aquél utilitarismo europeo, el cual rezaba que “una acción será tanto más benigna moralmente cuanto más placer generara
a la mayor cantidad posible de gente”. Es decir que el utilitarismo se
encontraba estrechamente ligado epistemológicamente al liberalismo.
No obstante, si bien en la primer ola de la corriente neoutilitarista,
se insistió en una
intervención mínima del Estado -“limitado
a proteger a las personas y sus derechos y propiedades individuales, y a la
aplicación de los contratos privados negociados en forma voluntaria” [Evans
1996: 532]-; en una tercer ola de 1980, comenzó a denotarse que la conducta de
apropiación de rentas públicas adoptada por muchos Estados tercermundistas (rent-seeking behaviour), era
incompatible con lo previsto por la corriente de la primer ola.
En consecuencia, “una característica central de la tercera ola
de ideas acerca del Estado y el desarrollo es la admisión de la importancia de
la capacidad del Estado” [Evans 1996: 530].
Pero para Evans,
esto era predecible, dado que para él la existencia de un Estado activo
(intervencionista), con capacidad de institucionalización y burocratización
sistemática es a priori, un aspecto
inalienable de la sustentabilidad económica. Es decir, es el entramado
institucional generado por el mismo Estado en su plena capacidad de actuación,
es lo que permitirá -en última
instancia- y fomentará un proceso de reajuste perdurable y eficaz.
Sumado a esto -y a
manera de crítica a las corrientes minimalistas del Estado- , Evans afirma que
las políticas neoliberales no conllevan por sí solas, a una mejora económica
conjunta. Por el contrario, podríamos afirmar en este punto, y siguiendo la
línea argumentativa del autor, que “el
libre comercio, en relación con las economías de desarrollo tardío se ha
mostrado, de hecho insuficiente para el mejoramiento de las condiciones
sociales. Por el contrario, este ideal neoliberal sólo ha mostrado ser de
utilidad para sostener los intereses del capital más concentrado, el cual se
encuentra generalmente asentado en los países industrializados.” [J.
Echiade, L. Ghiotto – 2008: 94]
Por lo tanto, es de
suma importancia destacar que, si bien el mercado internacional se autodenomina
como “aparato desregulado”; la existencia del mismo descansa,
inexorablemente, sobre un entramado de
redes sociales y políticas sine qua non
no podría haberse originado -en primera instancia- un intercambio global de tal
magnitud.
La contraparte sobre
la cual descansa la línea de pensamiento del autor son los países
tercermundistas, los cuales requieren para su evolución, la presencia de un
Estado que actúe como agente corporativo, que fomente y aumente las inversiones
y las redes comunicativas con la sociedad civil, y que a su vez disminuya los
riesgos de las mismas.
Evans realiza al
respecto, un análisis político-económico exhaustivo de los países
tercermundistas o en desarrollo tardío, y de la presencia de sus respectivos
Estados en los cambios y mejoras económicas en sus respectivos territorios.
En palabras del
autor: “El eje de las dificultades de los
países de desarrollo tardío es que en ellas no existen instituciones que permitan
distribuir los riesgos importantes en una amplia red de dueños de capital, y
los capitalistas individuales no pueden ni quieren asumirlos. En tales
circunstancias, el Estado debe actuar como empresario sustituto.” [Evans
1996: 535]
No obstante, “la capacidad del Estado para apoyar a los
mercados y a la acumulación capitalista depende de que la burocracia sea una
entidad corporativamente coherente.” [Evans 1996: 534]
Esta necesidad de un
entramado institucional coherente es inherente, entonces, a las naciones en
desarrollo tardío, dado que, aún en el caso de este tipo de países (para los
cuales la presencia de un Estado intervencionista puede desembocar en una
apropiación desmedida de las rentas públicas), se llega a constituir una
solución posible al estancamiento económico, y a las restricciones impuestas
por el mercado internacional.
Ahora bien, esta
idea central de un sistema económico activo, se remite a la necesidad de un reclutamiento
eficiente de expertos y a la creación un sistema adecuado de méritos que
permita a los burócratas obtener ascensos en una carrera profesional a largo
plazo. En otras palabras, a la necesidad de crear una “burocracia autónoma y enraizada”.
Vale aclarar que el concepto de “burocracia” tomado por el autor, deriva
de la obra de Max Weber, quien basa su teoría sobre el funcionamiento burocrático
en los siguientes principios: la formalización de reglas, la división del
trabajo, la jerarquía, la impersonalidad, la competencia técnica, la separación
de propiedades y la previsibilidad de cada funcionario.
Por ende, es este conjunto de requisitos lo
que evitará, en última instancia, el desarrollo de Estados predatorios y la
apropiación “cleptopatrimonialista”
de rentas públicas.
Para sostener y
ejemplificar su análisis, Evans toma casos contrapuestos. Por un lado, y a
manera de ejemplificación optimista, cita el caso de Japón, en donde surgió un
Estado que ha podido y ha sabido crear un sistema burocrático entrelazado y
formal, en donde en situación de posguerra, el Estado japonés logró actuar como
sustituto de mercados de capital, y fomentó las inversiones. No obstante, lo
primordial en su éxito económico fue la capacidad de sustentar una auténtica
burocracia, dentro de la cual los funcionarios gozan de un status cuasi elitista, y logró desarrollarse un sistema de méritos,
ascensos y promociones de carácter formal, dando cuenta de un verdadero caso de burocracia weberiana.
En contrapartida, y como
ejemplo paradigmático del Estado predatorio, se expone el caso de Zaire, en
donde la apropiación de rentas públicas concentrada en un pequeño grupo de
individuos que mantienen conexiones entre sí, ha dado lugar a una política meramente
personalista, que anula toda posibilidad de la existencia de una burocracia enraizada.
En relación al
último caso, la realidad nos muestra que es probable que en ciertos países no
se escape -o no siempre se pueda escapar- de la apropiación de rentas públicas
o del uso del excedente social en beneficio de los funcionarios y de sus
amistades, pero la presencia de estos mismos funcionarios ejerciendo una tarea
burocrática permanente promueven el ajuste económico en lugar de impedirlo.
Por último, y para
extender más el análisis sobre el eje central del artículo, Evans destaca (y
condena) la idea acuñada por otros autores en referencia a la necesidad de una
suerte de “aislamiento” de los funcionarios estatales con respecto a las
presiones sindicales, políticas o civiles, las cuales (siguiendo a los autores
criticados), generarían decisiones profesionales lo suficientemente competentes
como para que un plan de ajuste tenga éxito.
En contraposición de
esta corriente intelectual, y como aporte epistemológico central de esta obra,
Evans reemplaza el concepto de “aislamiento burocrático” previamente
mencionado, y lo sustituye por la idea de una “autonomía enraizada”. Esta autonomía no es sólo la capacidad de
los Estados de llevar a cabo -y sostener, claro está- un cambio estructural y
económico perdurable; sino la combinación de una coherencia interna nacional, de poseer organizaciones capacitadas
para una acción colectiva sostenida (y por ende, poseer conexiones directas con
la sociedad civil); y de desarrollar la capacidad de conexiones externas, dado
que los Estados dependen, guste o no, de las condiciones internacionales de
mercado.
Finalmente,
basándonos en toda la argumentación aquí tratada, lo que quedaría pendiente
para Evans es la modificación de las percepciones con que se trata y estudia comúnmente a los
Estados tercermundistas.
Resulta una tarea
menester que a través del conocimiento e información acerca de los problemas de
índole social, política y económica, podamos comenzar a ver a los sistemas
estatales como posibles soluciones a los problemas estructurales actuales de
desarrollo y de estatus económico.
Apostando, de esta
manera, a actuaciones estatales incluso más activas y eficientes, porque no
debemos olvidar que la existencia de los Estados es un punto central en cualquier
plan de acción emprendido.
Bibliografía consultada y citada
-
J. Echiade, L. Ghiotto: “¿Qué es el libre comercio?” (Capital
Intelectual - 2008).
-
Weber, Max: “Sociología del poder. Los tipos de dominación” (Alianza
Editorial – Obra original de 1920).