jueves, 12 de junio de 2014

El Estado como Problema y Solución (Peter Evans - 1996)

Reseña por Débora Rodríguez – Junio de 2014



En la publicación número 140 de la revista del  IDES (Instituto de Desarrollo Económico y Social) de marzo de 1996, se publica por primera vez la versión traducida de este artículo, cuyo objetivo y eje central será el análisis de los desempeños de los Estados, y los reajustes estructurales económicos (fundamentalmente en países del Tercer Mundo), llevados a cabo a partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial.

Siguiendo la línea histórica plasmada por Evans, a partir de la década del ’50, se habían dado la condiciones históricas en el plano político para que algunos países con economías de posguerra pudieran llegar industrializarse (situación que se intensificaría en la década del ’70, con la implementación de las políticas neoliberales): “Las élites agrarias tradicionales habían sido diezmadas, los grupos industriales estaban desorganizados y descapitalizados, y los recursos externos se canalizaban a través del aparato estatal. El resultado de la guerra (irónicamente) incrementó cualitativamente la autonomía de los Estados frente a las elites privadas internas.” [Evans 1996: 537]

Sin embargo, la realidad demostró con el tiempo, que llevar a cabo aquéllos reajustes estructurales fue, para algunos países, más complejo de lo que era en apariencia. Es por ello que los caminos emprendidos por las naciones  fueron muy distintos entre sí, y la mayoría de los casos confirmó la premisa de que lograr un reajuste económico eficaz y duradero, era una cuestión que requería más que una reconstrucción a corto plazo.

De esta manera, se esparció un sentimiento de incertidumbre en cuanto al papel a desempeñar por los Estado nacionales. Comenzó a pensarse que era su existencia misma la causante de todos los impedimentos hacia una mejora estructural próspera.

Es en este sentido en el cual Evans plantea un análisis crítico central, en relación al enfoque “neoutilitarista” que comenzó a expandirse por la década del ‘70.

En este punto es relevante aclarar que la resurrección de esta corriente ideológica se define como un retorno a aquél utilitarismo europeo, el cual rezaba que “una acción será tanto más benigna moralmente cuanto más placer generara a la mayor cantidad posible de gente”. Es decir que el utilitarismo se encontraba estrechamente ligado epistemológicamente al liberalismo.

No obstante, si bien en la primer ola de la corriente neoutilitarista, se insistió en una intervención mínima del Estado -“limitado a proteger a las personas y sus derechos y propiedades individuales, y a la aplicación de los contratos privados negociados en forma voluntaria” [Evans 1996: 532]-; en una tercer ola de 1980, comenzó a denotarse que la conducta de apropiación de rentas públicas adoptada por muchos Estados tercermundistas (rent-seeking behaviour), era incompatible con lo previsto por la corriente de la primer ola.

En consecuencia, “una característica central de la tercera ola de ideas acerca del Estado y el desarrollo es la admisión de la importancia de la capacidad del Estado” [Evans 1996: 530].

Pero para Evans, esto era predecible, dado que para él la existencia de un Estado activo (intervencionista), con capacidad de institucionalización y burocratización sistemática es a priori, un aspecto inalienable de la sustentabilidad económica. Es decir, es el entramado institucional generado por el mismo Estado en su plena capacidad de actuación, es lo que permitirá  -en última instancia- y fomentará un proceso de reajuste perdurable y eficaz.

Sumado a esto -y a manera de crítica a las corrientes minimalistas del Estado- , Evans afirma que las políticas neoliberales no conllevan por sí solas, a una mejora económica conjunta. Por el contrario, podríamos afirmar en este punto, y siguiendo la línea argumentativa del autor, que “el libre comercio, en relación con las economías de desarrollo tardío se ha mostrado, de hecho insuficiente para el mejoramiento de las condiciones sociales. Por el contrario, este ideal neoliberal sólo ha mostrado ser de utilidad para sostener los intereses del capital más concentrado, el cual se encuentra generalmente asentado en los países industrializados.” [J. Echiade, L. Ghiotto – 2008: 94]

Por lo tanto, es de suma importancia destacar que, si bien el mercado internacional se autodenomina como “aparato desregulado”; la existencia del mismo descansa, inexorablemente,  sobre un entramado de redes sociales y políticas sine qua non no podría haberse originado -en primera instancia- un intercambio global de tal magnitud.

La contraparte sobre la cual descansa la línea de pensamiento del autor son los países tercermundistas, los cuales requieren para su evolución, la presencia de un Estado que actúe como agente corporativo, que fomente y aumente las inversiones y las redes comunicativas con la sociedad civil, y que a su vez disminuya los riesgos de las mismas.

Evans realiza al respecto, un análisis político-económico exhaustivo de los países tercermundistas o en desarrollo tardío, y de la presencia de sus respectivos Estados en los cambios y mejoras económicas en sus respectivos territorios.

En palabras del autor: “El eje de las dificultades de los países de desarrollo tardío es que en ellas no existen instituciones que permitan distribuir los riesgos importantes en una amplia red de dueños de capital, y los capitalistas individuales no pueden ni quieren asumirlos. En tales circunstancias, el Estado debe actuar como empresario sustituto.” [Evans 1996: 535]

No obstante, “la capacidad del Estado para apoyar a los mercados y a la acumulación capitalista depende de que la burocracia sea una entidad corporativamente coherente.” [Evans 1996: 534]

Esta necesidad de un entramado institucional coherente es inherente, entonces, a las naciones en desarrollo tardío, dado que, aún en el caso de este tipo de países (para los cuales la presencia de un Estado intervencionista puede desembocar en una apropiación desmedida de las rentas públicas), se llega a constituir una solución posible al estancamiento económico, y a las restricciones impuestas por el mercado internacional.

Ahora bien, esta idea central de un sistema económico activo, se remite a la necesidad de un reclutamiento eficiente de expertos y a la creación un sistema adecuado de méritos que permita a los burócratas obtener ascensos en una carrera profesional a largo plazo. En otras palabras, a la necesidad de crear una “burocracia autónoma y enraizada”.

Vale aclarar que el concepto de “burocracia” tomado por el autor, deriva de la obra de Max Weber, quien basa su teoría sobre el funcionamiento burocrático en los siguientes principios: la formalización de reglas, la división del trabajo, la jerarquía, la impersonalidad, la competencia técnica, la separación de propiedades y la previsibilidad de cada funcionario.

 Por ende, es este conjunto de requisitos lo que evitará, en última instancia, el desarrollo de Estados predatorios y la apropiación “cleptopatrimonialista” de rentas públicas.

Para sostener y ejemplificar su análisis, Evans toma casos contrapuestos. Por un lado, y a manera de ejemplificación optimista, cita el caso de Japón, en donde surgió un Estado que ha podido y ha sabido crear un sistema burocrático entrelazado y formal, en donde en situación de posguerra, el Estado japonés logró actuar como sustituto de mercados de capital, y fomentó las inversiones. No obstante, lo primordial en su éxito económico fue la capacidad de sustentar una auténtica burocracia, dentro de la cual los funcionarios gozan de un status cuasi elitista, y logró desarrollarse un sistema de méritos, ascensos y promociones de carácter formal, dando cuenta de un verdadero caso de burocracia weberiana.

En contrapartida, y como ejemplo paradigmático del Estado predatorio, se expone el caso de Zaire, en donde la apropiación de rentas públicas concentrada en un pequeño grupo de individuos que mantienen conexiones entre sí, ha dado lugar a una política meramente personalista, que anula toda posibilidad de la existencia de una burocracia enraizada.

En relación al último caso, la realidad nos muestra que es probable que en ciertos países no se escape -o no siempre se pueda escapar- de la apropiación de rentas públicas o del uso del excedente social en beneficio de los funcionarios y de sus amistades, pero la presencia de estos mismos funcionarios ejerciendo una tarea burocrática permanente promueven el ajuste económico en lugar de impedirlo.

Por último, y para extender más el análisis sobre el eje central del artículo, Evans destaca (y condena) la idea acuñada por otros autores en referencia a la necesidad de una suerte de “aislamiento” de los funcionarios estatales con respecto a las presiones sindicales, políticas o civiles, las cuales (siguiendo a los autores criticados), generarían decisiones profesionales lo suficientemente competentes como para que un plan de ajuste tenga éxito.

En contraposición de esta corriente intelectual, y como aporte epistemológico central de esta obra, Evans reemplaza el concepto de “aislamiento burocrático” previamente mencionado, y lo sustituye por la idea de una “autonomía enraizada”. Esta autonomía no es sólo la capacidad de los Estados de llevar a cabo -y sostener, claro está- un cambio estructural y económico perdurable; sino la combinación de una coherencia interna nacional, de poseer organizaciones capacitadas para una acción colectiva sostenida (y por ende, poseer conexiones directas con la sociedad civil); y de desarrollar la capacidad de conexiones externas, dado que los Estados dependen, guste o no, de las condiciones internacionales de mercado.

Finalmente, basándonos en toda la argumentación aquí tratada, lo que quedaría pendiente para Evans es la modificación de las percepciones  con que se trata y estudia comúnmente a los Estados tercermundistas.

Resulta una tarea menester que a través del conocimiento e información acerca de los problemas de índole social, política y económica, podamos comenzar a ver a los sistemas estatales como posibles soluciones a los problemas estructurales actuales de desarrollo y de estatus económico.

Apostando, de esta manera, a actuaciones estatales incluso más activas y eficientes, porque no debemos olvidar que la existencia de los Estados es un punto central en cualquier plan de acción emprendido.



Bibliografía consultada y citada

-          J. Echiade, L. Ghiotto: “¿Qué es el libre comercio?” (Capital Intelectual - 2008).
-          Weber, Max: “Sociología del poder. Los tipos de dominación” (Alianza Editorial – Obra original de 1920).

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