domingo, 23 de marzo de 2014

Máquina Antropológica

Los discursos y afirmaciones sobre el concepto de la humanidad desbordan en los medios y en conversaciones cotidianas. Se habla en muchas circunstancias, se menciona algo así como lo humano en tanto aspecto dignificador y noble en sí mismo, honrador en su origen.


Pero la diversificación de los así dados-por-naturaleza se encuentra contrapuesta, llevada a tantos extremos y bastardeada en tantos sentidos que pareciera el típico caso easier-said-than-done; como si en la práctica, aquél discurso esperanzador, no pudiera sostenerse.


Para poder abordar ese fundamentalismo tan arraigado que se teje sobre la idea de una especie incuestionable, alejada de la animalidad y del primitivismo- primordial en la convivencia en sociedad; viene a mi mente la investigación tan exhaustiva que realiza Agamben al respecto, a través de la concepción de una máquina antropológica que tiene más que ver con la historicidad que con el biologismo.


La máquina antropológica del humanismo es un dispositivo irónico que verifica la ausencia para “Homo” de una naturaleza celeste y una terrenal, entre lo animal y lo humano; y por ello, siendo siempre menos y más que sí mismo.
(Agamben 2002: 63).


En esta acción negadora expuesta constantemente a través de la taxonomización del lenguaje, se genera un rompimiento, se crea un abismo, una suerte de missing link que no puede ser comprendido sino por medio de la aprehensión de su factor ficcional.


El lenguaje es, en efecto, tan necesario y natural para el ser humano que sin él el hombre no puede ni existir ni ser pensado como existente. O el hombre tiene lenguaje o bien, simplemente, no es. Por otra parte –y precisamente esto justifica la ficción- el lenguaje no puede ser considerado innato al alma humana. Es, más bien, una producción del hombre, aunque no todavía plenamente consciente. Es un estadio del desarrollo del alma y exige una deducción a partir de los estadios precedentes. Con él comienza la verdadera y propia actividad humana. Es el puente que conduce del reino animal al humano […]. El hombre, tal como debemos imaginarlo, o sea sin lenguaje, es un hombre-animal  y no un animal humano; es siempre ya una especie de hombre y no una especie de animal.
(Steinthal 1881: 355-56).


Steinthal logra, de esta manera, poner en crisis el discurso post-moderno que funciona sólo a través de un mecanismo de exclusión-inclusión que constituye el concepto de hombre reproducido acríticamente. Reproducido y apropiado, porque concebimos que, al ser capaces de lenguaje -capaces de aprehender algo por el algo en sí mismo- somos también capaces de destruir la animalidad que lo precede.


En este sentido, la máquina antropológica produce una especie de estado de excepción, una zona de indeterminación en la que el afuera no es más que la exclusión de un adentro y el adentro, a su vez, tan sólo la inclusión de un afuera.

[…]

Como todo espacio de excepción, esta zona está en verdad perfectamente vacía, y lo verdaderamente humano que debe producirse es tan sólo el lugar de una decisión incesantemente actualizada, en la que las cesuras y sus rearticulaciones están siempre de nuevo deslocalizadas y desplazadas. Lo que debería obtenerse así no es, de todos modos, una vida animal ni una vida humana, sino sólo una vida separada y excluída de sí misma, tan sólo una vida desnuda.
(Agamben 2002: 75-6).

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