Separado de su impotencia, privado de la experiencia
de lo que puede no hacer, el hombre de hoy se cree capaz de todo y repite su
jovial “no hay problema” y su
irresponsable “puede hacerse”,
precisamente cuando, por el contrario, debería darse cuenta de que está
entregado de manera inaudita a las fuerzas y los procesos sobre los que ha
perdido todo control. Se ha vuelto ciego respecto no de sus capacidades sino de
sus incapacidades, no de lo que puede hacer sino de lo que no puede o puede no
hacer.
[…]
La idea de que cada uno pueda hacer o ser
indistintamente cualquier cosa, la sospecha de que no sólo el médico que me
examine podría ser mañana un videasta, sino que incluso el verdugo que me mata
ya sea en realidad, como en El proceso
de Kafka, un cantante, no son sino el reflejo de la conciencia de que todos
simplemente están plegándose a esa flexibilidad que hoy es la primera cualidad
que el mercado exige de cada uno.
Nada nos hace tan pobres y tan poco libres como este
extrañamiento de la impotencia. Aquel que es separado de lo que puede hacer aún
puede, sin embargo, resistir, aún puede
no hacer. Aquel que es separado de la propia impotencia pierde, por el
contrario, sobre todo, la capacidad de resistir. Y así como es sólo la ardiente
conciencia de lo que no podemos ser la que garantiza la verdad de lo que somos,
así también es sólo la lúcida visión de lo que no podemos o podemos no hacer la que le da consistencia a
nuestro actuar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario