Hoy le llevé
media zanahoria a Feli, me senté y la observé por un rato, la acaricié todo el
tiempo hasta que terminó su “merienda” diaria, y me di cuenta -mientras
ella acomodaba su cabeza en mi rodilla y
yo tomaba a sorbitos mi te rojo matutino- de cómo su presencia me acerca y me une
con la vida en sí, la vida como el estadío más gnoseológico, más nudo per se.
Pensé en
cómo, sin desearlo, me transmite y me genera una sensación tan calma y
renovadora. Algo que jamás podría obtener de ningún post-humano.
Cuando volví
a entrar y cerré la puerta, me detuve a observarla desde la ventana. Me buscó
con la mirada, y se quedó mirándome fijamente, como si, en lo profundo de su
tan pura y hermosa alma, hubiera captado mis sentimientos y pensamientos, esos
que yo había desarrollado en ese corto pero magnífico lapso.
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