- Dices bien,
Fedro; ya nada me impide hablar, pues con Sócrates podré dialogar, también,
después, en muchas otras ocasiones.
Yo quiero, en
primer lugar, indicar cómo debo hacer la exposición y luego pronunciar el
discurso mismo. En efecto, me parece que todos los que han hablado antes no han
encomiado al Dios, sino que han felicitado a los hombres por los bienes que él
les causa.
Pero ninguno ha
dicho cuál es la naturaleza misma de quien les ha hecho estos regalos. La única
manera correcta, sin embargo, de cualquier cosa es explicar palabra por palabra
cuál es la razón de la persona sobre la que se habla y de qué clase de efecto
es, realmente, responsable. De este modo, pues, es justo que también nosotros
elogiemos a Eros, primero a él mismo, cuál es su naturaleza, y después sus
dones.
Afirmo, por
tanto, que, si bien es cierto que todos los Dioses son felices, Eros, si es
lícito decirlo sin incurrir en castigos divinos, es el más feliz de ellos por
ser el más hermoso y el mejor. Y es el más hermoso por ser de la naturaleza
siguiente.
En primer lugar,
Fedro, es el más joven de los Dioses. Y una gran prueba en favor de lo que digo
nos la ofrece él mismo cuando huye apresuradamente de la vejez, que obviamente
es rápida o, al menos, avanza sobre nosotros más rápidamente de lo que debiera.
A ésta, en efecto, Eros la odia por naturaleza y no se le aproxima ni de lejos.
Antes bien, siempre está en compañía de los jóvenes y es joven, pues mucha
razón tiene aquel antiguo dicho de que lo semejante se acerca siempre a lo
semejante.
Y yo, que estoy
de acuerdo con Fedro en otras muchas cosas, no estoy de acuerdo, sin embargo,
en que Eros es más antiguo que Crono y Jápeto, sino que sostengo, por el
contrario, que es el más joven de los dioses y siempre joven, y que aquellos
antiguos hechos en relación con los Dioses de que hablan Hesíodo y Parménides
se han originado bajo el imperio de la Necesidad y no de Eros, suponiendo que
aquellos dijeran la verdad. Pues no hubieran existido mutilaciones ni mutuos
encadenamientos ni otras muchas violencias, si Eros hubiera estado entre ellos,
sino amistad y paz, como ahora, desde que Eros es el soberano de los Dioses.
Es, pues, joven,
pero además de joven es delicado. Y está necesitado de un poeta como fue Homero
para escribir la delicadeza de este Dios. Homero, efectivamente, afirma que Ate
es una diosa delicada -al menos que sus pies son delicados- cuando dice: sus
pies ciertamente son delicados, pues al suelo
no los acerca,
sino que anda sobre las cabezas de los hombres.
Hermosa, en
efecto, en mi opinión, es la prueba que utiliza para poner de manifiesto la
delicadeza de la diosa: que no anda sobre lo duro, sino lo blando. Pues bien,
también nosotros utilizaremos esta misma prueba en relación con Eros para
mostrar que es delicado. Pues no anda sobre la tierra ni sobre cráneos, cosas
que no son precisamente muy blandas, sino que anda y habita entre las cosas más
blandas que existen, ya que ha establecido su morada en los caracteres y almas
de los Dioses y de los hombres.
Y, por otra
parte, no lo hace en todas las almas indiscriminadamente, sino que si se
tropieza con una que tiene un temperamento duro, se marcha, mientras que si lo
tiene suave, se queda. En consecuencia, al estar continuamente en contacto, no
sólo con sus pies, sino con todo su ser, con las más blandas de entre las cosas
más blandas, ha de ser necesariamente el más delicado. Por tanto es el más
joven y el más delicado, pero además es flexible de forma, ya que, si fuera
rígido, no sería capaz de envolver por todos lados ni de pasar inadvertido en
su primera entrada y salida de cada alma.
Una gran prueba
de su figura bien proporcionada y flexible es su elegancia, cualidad que
precisamente, según el testimonio de todos, posee Eros en grado sumo, pues
entre la deformidad y Eros hay siempre mutuo antagonismo.
La belleza de su
tez la pone de manifiesto esa estancia entre flores del Dios, pues en lo que
está sin flor o marchito, tanto si se trata del cuerpo como del alma o de
cualquier otra cosa, no se asienta Eros, pero donde haya un lugar bien florido
y bien perfumado, ahí se posa y permanece.
Sobre la belleza
del Dios, pues, sea suficiente lo dicho, aunque todavía quedan por decir otras
muchas cosas. Hay que hablar a continuación sobre la virtud de Eros, y lo más
importante aquí es que Eros ni comete injusticia contra Dios u hombre alguno,
ni es objeto de injusticia por parte de ningún Dios ni de ningún hombre.
Pues ni padece de
violencia, si padece de algo, ya que la violencia no toca a Eros, ni cuando
hace algo, lo hace con violencia, puesto que todo el mundo sirve de buena gana
a Eros en todo, y lo que uno acuerde con otro de buen grado dicen las leyes reinas
de la ciudad que es justo.
Pero, además de
la justicia, participa también de la mayor templanza. Se reconoce, en efecto,
que la templanza es el dominio de los placeres y deseos, y que ningún placer es
superior a Eros. Y si son inferiores serán vencidos por Eros y los dominará, de
suerte que Eros, al dominar los placeres y deseos, será extraordinariamente
templado. Y en lo que se refiere a valentía, a Eros ni siquiera Ares puede
resistir, pues no es Ares quien domina a Eros, sino Eros a Ares -el amor por
Afrodita, según se dice.
Ahora bien, el
que domina es superior al dominado y si domina al más valiente de los demás,
será necesariamente el más valiente de todos. Así, pues, se ha hablado sobre la
justicia, la templanza y la valentía del Dios; falta hablar sobre su sabiduría,
pues, en la medida de lo posible, se ha de intentar no omitir nada. En primer
lugar, para honrar también yo a mi arte, como Erixímaco al suyo, es el Dios
Poeta tan hábil que incluso hace poeta a otro.
En efecto, todo
aquél a quien toque Eros se convierte en poeta, aunque antes fuera extraño a
las musas. De esto, precisamente, conviene que nos sirvamos como testimonio, de
que Eros es, en general, un buen poeta en toda clase de creación artística.
Pues lo que uno no tiene o no conoce, ni puede dárselo ni enseñárselo a otro.
Por otra parte,
respecto a la procreación de todos los seres vivos, ¿quién negará que es por
habilidad de Eros por la que nacen y crecen todos los seres? Finalmente, en lo
que se refiere a la maestría en las artes, ¿acaso no sabemos que aquel a quien
enseñe este Dios resulta famoso e ilustre, mientras que a quien Eros no toque
permanece oscuro?
El arte de
disparar el arco, la medicina y la adivinación los descubrió Apolo guiado por
el deseo y el amor, de suerte que también él puede considerarse un discípulo de
Eros, como lo son las musas en la música, Hefesto en la forja, Atenea en el
arte de tejer y Zeus en el de gobernar a los Dioses y hombres. Ésta es la razón
precisamente por la cual también las actividades de los Dioses se organizaron
cuando Eros nació entre ellos -evidentemente, el de la belleza, pues sobre la
fealdad no se asienta Eros-. Pero antes, como dije al principio, sucedieron
entre los Dioses muchas cosas terribles, según se dice, debido al reinado de la
Necesidad, mas tan pronto como nació este Dios, en virtud del amor a las cosas
bellas, se han originado bienes de todas clases para Dioses y hombres.
De esta manera,
Fedro, me parece que Eros, siendo él mismo, en primer lugar, el más hermoso y
mejor, es causa luego para los demás de otras cosas semejantes.
Y se me ocurre
también expresarles algo en verso, diciendo que es éste el que produce la paz
entre los hombres, la calma tranquila en alta mar, el reposo de los
vientos y el sueño en las inquietudes.
Él es quien nos
vacía de extrañamiento y nos llena de intimidad, el que hace que se celebren en
mutua compañía todas las reuniones como la presente, y en las fiestas, en los
coros y en los sacrificios resulta nuestro guía; nos otorga mansedumbre y nos
quita aspereza; dispuesto a dar cordialidad, nunca a dar hostilidad; es
propicio y amable; contemplado por los sabios, admirado por los Dioses;
codiciado por los que no lo poseen, digna adquisición de los que lo poseen
mucho; padre de la molicie, de la delicadeza, de la voluptuosidad, de las
gracias, del deseo y de la nostalgia; cuidadoso de los buenos, despreocupado de
los malos; en la fatiga, en el miedo, en la nostalgia, en la palabra es el
mejor piloto, defensor, camarada y salvador; gloria de todos, Dioses y hombres;
el más hermoso y mejor guía, al que debe seguir en su cortejo todo hombre,
cantando bellamente en su honor y participando en la oda que Eros entona y con
la que encanta la mente de todos los Dioses y de todos los hombres.
Que este discurso
mío, Fedro -dijo- quede dedicado como ofrenda al dios, discurso que, en la
medida de mis posibilidades, participa tanto de diversión como de mesurada
seriedad.
Al terminar de
hablar Agatón, me dijo Aristodemo que todos los presentes aplaudieron
estruendosamente, ya que el joven había hablado en términos dignos de sí mismo
y del Dios.
Entonces
Sócrates, con la mirada puesta en Erixímaco, dijo:
- ¿Te sigue
pareciendo, oh hijo de Acúmeno, que mi temor de antes era injustificado, o no
crees, más bien, que he hablado como un profeta cuando decía hace un momento
que Agatón hablaría admirablemente y que yo me iba a encontrar en una situación
difícil?
-Una de las dos
cosas, que Agatón hablaría bien -dijo Eriximaco-, creo, en efecto, que la has
dicho proféticamente. Pero que tú ibas a estar en una situación difícil, no lo
creo.
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