Vivimos y
acontecemos dando por sentado las concepciones lingüísticas que conforman
nuestro universo de percepción. Dividimos, estatizamos e identificamos palabras
y frases que terminan por convertirse en modos de vida irrefutables.
Reproduciendo un
sistema de valores y símbolos por el cual nos regimos no sólo conllevamos a una
mímesis del mismo proceso, sino además, a una puesta en escena, un accionar
de ese lenguaje ya convertido en hecho.
Las jerarquías
inmutables penden siempre del consentimiento social que se les otorga, y nos
ofrecen una gama de opciones limitadas dede su génesis -porque al decir "amigx" estoy
hablando de una relación con ciertas -y no otras, no cualquier- características,
jerárquica y emocionalmente inferior a "novix"; y al hablar de
"familia" siempre estoy implicando una relación afectiva una
superioridad cuasi-celestial.
Claro que
podríamos empezar por resquebrajar los núcleos siniestros de nuestro lenguaje
homínido, aparentemente inamovibles. Pero no es que sea antagónico, no es que
la comodidad o el bienestar despreocupado resida de un lado o del otro.
Sólo hay que
aprender a sufrir de todas maneras, y aceptar que esa es la condición que nos
envuelve, y nos desarma.
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