sábado, 3 de marzo de 2012

The Blind Assassin - El Asesino Oculto

Traducción de la adaptación de The Blind Assassin, por Margaret Atwood.



Leisure work.

By: Débora Rodríguez


British English version:

When my sister Laura turned twelve, Father suddenly decided, correctly enough, that our education had to be improved. He wanted us taught French, Mathematics, and Latin – brisk mental exercises that would act as corrective for our excessive dreaminess. Geography too would be bracing. Although he’d barely noticed her for over two years, he decreed that our former tutor, Miss Goreham, had been too lax, and her musty, rose-tinted ways must be scrubbed away. Pleasant as she was, there had been little, if any, furtherance in our development during her tenure.

In the place of Miss Goreham, he engaged a man called Mr. Erskine, who’d once taught at a boys’ school in England but had been packed off to Canada, suddenly, for his health. He did not seem at all unhealthy to us: he never coughed, for instance. First of all, he gave us tests, to determine what we knew. Not much, it appeared, though more than we saw fit to divulge. He then told Father that we were nothing short of deplorable, and it was a wonder we were not cretins. We were not exactly “basket cases”, but we had developed slothful mental habits that affected our academic performances – we had been allowed to develop them, he added reprovingly.

He ordered a large stack of exercise books, the cheap kind with ruled lines and flimsy cardboard covers. He ordered a supply of plain lead pencils, with erasers. These were the magic wands, he said, by which we were about to transform ourselves, with his assistance.

Much to our annoyance, Mr. Erskine said that the library, our favourite room in the house, was too distracting for us. He asked for and received two school desks, which he installed in one of the extra bedrooms; he had the bed removed, along with all the other furniture. He brought all the books he needed from the library and placed them on a bookcase he’d brought himself. The door was locked with a key, and he had the key. In his view, the stark surroundings would foster our capacity to focus. Now we would be able to roll up our sleeves and get on with it.

Mr. Erskine methods were direct. He was a hair-puller, an ear-twister. He would whack the desks beside our fingers with his ruler, and the actual fingers too, or cuff us across the crack of the head with exasperation. His sarcasm was withering, at least to me: Laura frequently thought he meant exactly what he said, which angered him further. He was not moved by tears; in fact, he seemed to enjoy them.

We could not complain about Mr. Erskine to Father. He was bent on breaking us in at any cost. After all, wasn’t Mr. Erskine acting on Father’s say-so? He said he was. But we did complain to Reenie, our housekeeper. Father had asked Reenie to stay out of the whole situation. Not that Reenie was willing to step in on our behalf: she knew her own position in the house was in jeopardy now that we were growing up. But when Laura came to Reenie with welts on the palms of her hands, Reenie decided that was the last straw and she confronted Mr. Erskine. She was told to mind her own business. She was the one who spoiled us, said Mr. Erskine. She’d spoiled us with overindulgence and babying and now it was up to him to repair the damage she had done.

Callista Fitzsimmons, my father’s lover, could have been of help, but we could see which way the wind was blowing. Father had chosen a course of action, and it would have been a tactical mistake for her to meddle. In her own precarious position, she knew better than to talk to Father about anything that might upset him. We never forgave her for her silence and her impartiality.





Spanish version:

Cuando mi hermana Laura cumplió doce, nuestro padre decidió de repente -y correctamente en su momento- que nuestra educación debía ser elevada. Él quiso que aprendiéramos francés, matemática, latin -ejercicios vigorizantes que actuaran como correctivo de nuestra excesiva falta de iniciativa. La geografía también sería bastante intensa.

A pesar de no haberlo notado por más de dos años, él decretó que nuestra tutora, la señorita Goreham, había sido muy negligente y que sus métodos tradicionales y "teñidos de rosado"debían ser erradicados. A pesar de lo complaciente que era ella, en realidad había habido poco -si es que hubo alguno- fomento de nuestro desarrollo educativo en el período de su estancia.

En el lugar de la señorita Goreham, nuestro padre contrató a un hombre llamado señor Erskine, quien había enseñado previamente en un colegio de hombres en Inglaterra, pero, de pronto, había sido enviado hacia Canadá por un problema de salud. Él no parecía para nada enfermo: nunca tosía, por ejemplo.

Al principio nos dio exámenes para determinar nuestro nivel de conocimientos. No pareció ser mucho, aunque fue más de lo que él tuvo a bien dar a conocer. Fue entonces cuando le dijo a nuestro padre que no éramos para nada deplorables y que era un asombro que no fuéramos unas completas inútiles.

No eramos precisamente "casos perdidos", pero habíamos desarrollado hábitos mentales un tanto perezosos que habían afectado nuestro rendimiento académico -se nos había permitido desarrollarlos, había agregado el señor Erskine con desaprobación.

Éste pidió un montón de enormes libros, esos de tipo baratos con líneas rectas y frágiles tapas de cartón. Ordenó, además, un suministro de lápices de mina con borradores. Éstos eran nuestras nuestras "varitas mágicas", con las cuales estábamos a punto de transformar nuestras vidas, bajo su asistencia claro.

Para nuestro fastidio, el señor Erskine dijo que la biblioteca -nuestra sala favorita de la casa- nos distraía demasiado. Él pidió y recibió, entonces, dos escritorios escolares, los cuales ubicó en una de las habitaciones restantes de la casa, y removió la cama junto con los otros muebles. También trajo todos los libros que necesitaría de nuestra biblioteca, y los ordenó en un estante que él mismo se había encargado de llevar. La puerta estaba cerrada con llave y él retenía esa llave.

Su punto de vista era que un ambiente riguroso fomentaría nuestra capacidad de concentración; ahora seríamos capaces de enrollar nuestras mangas y dedicarnos a lo nuestro.

Los métodos del señor Erskine eran directos: solía jalarnos del cabello y de las orejas. También golpeaba los bancos con su regla justo al lado de nuestros dedos -o incluso los dedos en sí-, y nos esposaba alrededor de la cabeza con exasperación. Su sarcasmo era anticuado, al menos para mi: Laura frecuentemente creía al pie de la letra todo lo que él decía, lo cual lo enfurecía aún más.

No lo conmovían las lágrimas, de hecho, parecía disfrutarlas.

Tampoco podíamos quejarnos del señor Erskine con nuestro padre, éste estaba decidido a acabarnos a cualquier coste.

¿No estaba el señor Erskine actuando sobre las órdenes de nuestro padre después de todo?. Él dijo que así era.

Aunque de igual manera, nos quejamos con Reenie, nuestra ama de llaves. Nuestro padre le había pedido a ésta que se mantuviera al margen de la situación. No es que Reenie fuera a enfrentarlo en nuestro nombre: ella entendía que su posición en la casa era arriesgada ahora que nosotras estábamos creciendo.

Pero cuando Laura le mostró a Reenie unas ronchas en las palmas de sus manos, ella decidió que ésa era la gota que rebalsaba el vaso, y confrontó al señor Erskine; el cual le dijo que se ocupara de sus propios asuntos. Reenie era la que nos consentía, argumentó él; ella nos había consentido con excesiva indulgencia y un trato aniñado, y era ahora tarea del señor Erskine reparar el daño que ella había causado.

Callista Fitzsimmous, amante de mi padre, pudo haber sido de ayuda. Pero nosotras sabíamos hacia dónde soplaba el viento: nuestro padre había tomado un curso de acción y hubiera sido un error táctico por parte de ella, entrometerse. En su precaria posición, ella sabía que era mejor no hablarle a nuestro padre sobre asuntos que pudieran disgustarlo.

Nunca la perdonamos por su silencio y su imparcialidad.

No hay comentarios: