La belleza que nunca deviene eterna, ni siquiera estable, se retiene en la memoria de quienes conocen el ritmo que se marca en los interiores. Que denota sin más reparos una aproximación, una posibilidad, un intento sumergido de creer en algo más allá del propio espíritu.
No se abastece a si misma, no perdura. Meramente entumecida, se desvanece cuando intencionalmente así se lo condiciona. Y se abandona.
Se derrite, se chorrea, se esfuma, se filtra y se evapora por los poros que la vomitan, la escupen, la desechan. Sólo porque no sabemos, no podemos, no entendemos y no conocemos la quimérica sustancia que todo lo mueve.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario