Los
mecanismos de legitimación del Estado se infiltran micropolíticamente y
encuentran en el ciudadano medio su principal aliado. No obstante, son los
medios los que actúan siempre en conjunto como cómplices irónicos
maximizadores, fundadores del terror y el miedo social.
Ahora
bien, si afirmamos que el delito (entendido aquí de forma general y ampliada),
es una consecuencia inalienable al modo de producción post-capitalista, podemos
llegar a entender que a partir de este concepto se cree el binarismo central en
el cual descansa el poder (siempre otorgado) de monopolización del uso de la
violencia por parte del Estado: el ciudadano medio siempre
considera válida la premisa de "delito-Estado-malo-bueno". Encuentra
en aquél ente inivisible la sensación de seguridad, de preservación de la paz.
Y en
ello reside el éxito de la masificación y del terror que padece el sujeto cuando
siente que su estado socio-económico comienza a fluctuar. Como si todos ellos
no supieran que los más rentables negocios (así llamados "ilegales"
por el poder) están en manos de grandes corporaciones que rigen el mercado y de
la economía mundial.
Con lo
cual, siguiendo a Foucault, es fundamental comprender el carácter esencial que
toma la asociación del carácter formativo o productivo del poder con los
regímenes reguladores y disciplinarios. En "Vigilar y Castigar"
señala que el delito produce una clase de delincuentes, cuyos cuerpos son
fabricados en los gestos y el estilo de encarcelamiento.
Pero
este caracter productivo del poder no debe entenderse jamás de manera
conductista. El poder no siempre produce de acuerdo a un propósito, o mejor
dicho, su producción es tal que a menudo
desborda o altera los propósitos para los cuales produce. Con
lo cual, la descripción del sometimiento debe entonces esbozarse siguiendo los
movimientos de interiorización por parte del sujeto.
Las
sensaciones de inseguridad, las cifras alteradas, etc., dan siempre cuenta de
esa pantalla necesaria para la formación de sujetos alienados, las cuales son
abordadas por este último como propios justificativos en esa "necesidad infaltable de un
monopolio de la fuerza que combata los criminales irrecuperables" -siempre
extrernos, siempre ajenos- al Poder.
La
legitimación llevada a su extremo se naturaliza en una fetichización acentuada
de la presencia de aquél Estado protector que "no crea criminales ni los
contiene sino que los combate".
Por
eso, allí donde el sujeto crea y reproduce legitimación, lo hace bajo frases
tales como "el Estado lucha contra el delito en las calles", entre
otras. Y es esta sociedad civil, la cual asume siempre (incluso hasta la
muerte), su papel legitimante en esa relación paradojal con el Estado. La misma
masa que cree que su deber civil contribuirá, en última instancia, a alterar su
presente; o que yendo a votar un domingo de elecciones podrá finalmente
erradicar sus problemas. Invocando al sabio Poder de su misma sujeción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario