No es un factor predecible lo que podamos llegar a ser en un futuro, nunca en un cien por ciento, tal vez ni siquiera en un noventa. Pero sí podemos predecir de qué manera nos vamos a desenvolver, las reacciones que podemos llegar a desarrollar, porque parten de una naturaleza ya instaurada en el ser y porque se han ido estructurando a lo largo de años de vida social. Y quizá no sepamos a qué acciones nos vayamos a abocar, pero sí sabemos a cuáles no; conocemos la manera en que, probablemente, contestaríamos, y sabemos perfectamente qué cosas no realizaríamos en estado natural.
La separación es algo tan común hoy en día que ya casi ni lo percibimos en el medio, y aunque tampoco me interesa adentrarme en las diversas causas sociales que la generan, como la disminución de las prácticas católicas o la falta de carácter y actitud en conflictos emocionales, los cuales son más fáciles, siempre, de resolver dando la espalda al núcleo mismo del problema; sí me interesa aclarar la negatividad que produce en el vulnerable.
No es que culpe a las parejas mismas de ser de tal o cual manera, soy consciente que responden a un modelo de espontaneidad que se denota mucho más en las sociedades democráticas y que se autoproclaman “libres”.
Pero libertad no es libertinaje, y creo que una de las principales causas de ciertos problemas psicológicos (y esto no es algo complicado de deducir) se basa en la falta de contención familiar que sufren los niños hoy por hoy.
Decisiones apresuradas, peleas intensas, gritos, llanto, y la disculpa infaltable que no hace más que prolongar un débil lazo amoroso. No me interesa saber si existe la relación eterna o plenamente duradera, pero el resultado de las relaciones cortas o poco planificadas podemos verlo diariamente en cualquier ambiente cotidiano.
Somos el resultado de lo que se nos muestra, se nos enseña primariamente, blabla…
Y el punto es que odio ser el centro en el cual se abate la ETERNA disputa entre poderes paternales, dependiendo del uno, del otro. Mensajes que siempre, pero siempre, deben pasar por mi persona y convertirse en discurso ajeno porque está claro que no nacen de mi ser. A veces me gustaría que intentaran ser parte de mis problemas, porque todos y cada uno de ellos fueron niños y adolescentes en su momento; me gustaría que la cobardía verbal se convirtiera en indiferencia para con la vida de la persona que, deliberadamente, ya no forma parte de la de uno.
Retomando al tema (como siempre), estoy segura de que no es algo que vaya a repetir en un futuro, algo que vaya a mimetizar de mi adolescencia, realmente espero ser más condescendiente con mis progenitores (si es que los tengo), y obviar ciertas actitudes y palabras que no hacen más que irritar el alma.
En fin, exista o no ese sentimiento épico, duradero, ese no es motivo para aferrarse a los divorcios apresurados propios de esta era.
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