La sobrecarga intelectual probablemente me brinde sus efectos en un futuro cercano; demasiado cercano si me focalizo en la teoría espontánea, si me acerco al pensamiento relativo. Pero esto no conlleva al mismo margen de entendimiento en la cotidianidad, en lo particular de la propia realidad, porque no es, necesariamente, un factor determinante en mis próximos días, ni siquiera meses.
El hecho de disiparme a través de letras o metáforas que me conformen temporalmente no me atrae en absoluto. Me controla la moral, mi moral, en una medida que no puedo evitar; y difiere, seguramente, de algunas otras, o de la mayoría, porque intenta ser objetiva y dividirse desigualmente para con todos los aspectos socioculturales de mi persona, beneficiando a los enunciados epistemológicos que el porcentaje de mi captación pueda alcanzar.
Y disfruto atacándome con planteos, desde la moral, desde la ética casera, para lograr vincular mis acciones con la realidad, aunque la realidad diste lejos de la finalidad de mis acciones, mis frustraciones, mis interrogantes.
No creo que pudiera controlarlo, aunque lo quisiera en lo más profundo de mi ser. Sé que todos en un punto llevamos esa fuerza gravitatoria interna que nos atrae hacia el núcleo mismo de nuestra individualidad; que dicta, arbitrariamente, qué debemos hacer en tal y cual momento; y nos convence de manera mística, de que esa es la manera de progresar, teniendo en cuenta la propia definición del progreso; en forma espontánea, regulada, o a largo plazo.
Entonces, la armonía mental basada en un progreso personal culminaría en la obediencia de las proposiciones que devienen directamente de nuestras ideologías, y aunque éstas, a su vez, devengan de nuestra categoría social, somos ya lo suficientemente racionales como para canalizar lo intangible del mundo en sí, como para desterrar la estúpida creencia sin base sólida, como para dejar de atribuirle a la fe la salvación del alma.
¿A caso lo somos?
El problema del progreso radica, sin embargo, en su deuda social: podemos voltear ahora mismo y encontrar signos puros de censura, marginación, abolición, indiferencia.
Indiferencia progresista.
Me dan asco.
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