
No podía no permitirme amar el momento. El destello insaciable, desesperante al máximo; como si el control magnético de las fuerzas visuales se hubiera concentrado en un sólo punto de la ciudad. El sabor de la locura, meramente sana, más bien solitaria y suprema. El sonido penetrante, continuo aunque variado, paradisíaco, introduciéndose en los tímpanos, retumbando en la mente que siente desde adentro y observa desde afuera.
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