lunes, 19 de marzo de 2012

Reloading

Y ahora la voz que había empezado a sospechar, a distinguir, a reconocer, desde la confusa adolescencia, la voz silenciosa, paciente... 

Y esa voz se lo reprochaba todo, todo lo que había hecho con su vida, que ya iba mediando su camino, como una dilapidación monstruosa, y especialmente la amarga, solitaria, clandestina escritura, que sólo le dejaba un hambre huraña e insaciable. 

Y esa voz le exigía un acto, ni una palabra más, ni una lectura más, ni un pensamiento más: un acto que era, rigurosamente un salto al vacío. Vaciarse del vacío, de la inmundicia del vacío, de la cobardía y traición del vacío, limpiar los establos del alma, echar a patadas los grotescos, sutiles, ridículos demonios, desafiar la opinión, matar el amor propio, morir, exactamente eso, morir y volver a nacer.

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