La religión nunca es meramente metafísica. En todos los pueblos, las formas, los vehículos y objetos de culto están rodeados por una aureola de profunda de seriedad moral. En todas partes, lo sacro entraña un sentido de obligación intrínseca: no sólo alienta la devoción sino que la exige, no sólo suscita asentimiento intelectual sino que impone entrega emocional. Ya se la formule como mana, como Brahma o como la Santa Trinidad, aquello que se estima más que mundano se considera inevitablemente de vastas implicaciones para la dirección de la conducta humana. No siendo nunca meramente metafísica, la religión no es tampoco nunca meramente ética. Se considera que la fuente de su vitalidad moral estriba en la fidelidad con que la religión expresa la naturaleza fundamental de la realidad. El poderosamente coercitivo "deber ser" se siente como surgido de un amplio y efectivo "ser" y, de esa manera, la religión funda sus más específicas exigencias en cuanto a la acción humana en los contextos más generales de la existencia humana.
[…]
Pero las significaciones sólo pueden "almacenarse" en símbolos: una cruz, una media luna o una serpiente emplumada. Esos símbolos religiosos, dramatizados en ritos o en mitos conexos, son sentidos por aquellos para quienes tienen resonancias como una síntesis de lo que se conoce sobre el modo de ser del mundo, sobre la cualidad de la vida emocional y sobre la manera que uno debería comportarse mientras está en el mundo. Los símbolos sagrados refieren pues una ontología y una cosmología a una estética y a una moral: su fuerza peculiar procede de su presunta capacidad para identificar hecho con valor en el plano más fundamental, su capacidad de dar a lo que de otra manera sería meramente efectivo una dimensión normativa general.
[…]
La concepción del hombre como un animal capaz de simbolizar, conceptualizar, buscar significaciones, concepción que se ha hecho cada vez más popular tanto en las ciencias sociales como en la filosofía durante los últimos años, abre toda una nueva perspectiva no sólo para analizar la religión como tal sino también para comprender las relaciones que hay entre la religión y los valores. El impulso a dar un sentido a la experiencia, a darle forma y orden es evidentemente tan real y apremiante como las más familiares necesidades biológicas.
Y siendo esto así, parece innecesario continuar interpretando las actividades simbólicas —la religión, el arte, la ideología— sólo como expresiones tenuemente disfrazadas de alguna otra cosa de lo que ellas parecen ser: intentos de dar orientación a un organismo que no puede vivir en un mundo que no puede comprender.
Geertz, Clifford
La interpretación de las culturas
No hay comentarios:
Publicar un comentario