Parece paradójico, contradictorio odiar la realidad que en ciertos momentos a uno gratifican, y a lo que, probablemente, nos entregamos inconscientemente muchas más veces de las que nos damos cuenta. Pero, se vuelve un precepto lógico, fundamentado en la comprensión profunda de las formas de manejo políticas. Y no es desprecio, es odio. Odio que motiva, e inspira a pensar por qué las masas se mueven, se trasladan de un lado a otro despreocupadas, desinteresadas y acríticas; como si no dependiese de ellos, también, el cambio elemental. Aunque sería injusto culpar a una raza subordinada al mágico poder de lo anónimo. La individualidad, en apariencia placentera, pero no incluyente, parece más una manera de desestabilización ideológica que una melodía paradisíaca de libertad. Se parece más a la subordinación que a la felicidad.
Y aquellos métodos evolucionarios en apariencia, no son más que artículos numerados y compilados con fines oligárquicos, mas jamás éticos.
Sin olvidarse, claro, de la acumulación concentrada que demuestra sus consecuencias a diario (y yo no culparía a los medios); la exageración se refleja en la realidad. La acumulación discreta, que va marcando su ritmo astuto, sutil, a través del cual danzan cadáveres mutilados junto a ríos de números simpáticos, virtuales, siempre resguardados en aquella creación ficticia, errática.
No sé, pero me pierdo en el sentido común por un rato, y vuelvo a empezar.
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