La luz matutina, radiante, despierta los sentidos del más incrédulo vampiro de ciudad. Lo vuelve diurno, enérgico, y hasta poético.
Y por más agnósticos, por más intrincados que sean los planteos, en el ambiente luminoso se vuelven claros, precisos, gracias al esfuerzo, a la habilidad innata, a la energía solar que desemboca en nuestro sistema metabólico. Y durante ese lapso hasta logro ocupar la mente con ideas totalmente irrelevantes, infundamentadas pero reconfortantes por la falta de ejercicio mental. No pienso. No recuerdo lo que no quiero.
Sin embargo, soy consciente de que la noche ofrece espectaculares escenarios, enigmas excitantes que invitan a probar suerte a favor de las sensaciones aparentemente puras, pero los cráteres no me inspiran confianza de palabra. En ese momento, el recuerdo se vuelve vívido; el alma se vacía de rutinas, de repeticiones monótonas, para volverse única, inmortal; para que por fin percibamos lo diminutos que somos.
Para volvernos agnósticos del todo.
La noche no olvida, no me río de lo ilógico porque sí, me invaden los temores reales, los conceptos vagamente definidos, los sueños aún no cumplidos.
La noche es crítica, confusa. Esa es la noche que me brinda la insuficiencia de lo superficial, la profundidad de lo complejo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario